LA FORMACIÓN Y EL APOSTOLADO DE COMENIO
Juan Amós Comenio (forma latina de Komensky) fue discípulo de Alsted en Herborn, admirador de Ratke y amigo de Andrea, esto es, del más avanzado luteranismo alemán, absorbió la conciencia de la necesidad de reformar a fondo la enseñanza. Por lo demás, Comenio no era alemán ni tampoco, en sentido estricto, luterano. Había nacido en 1592, en Moravia, y pertenecía a la Unidad de Hermanos Moravos, secta evangélica reformada cuyos orígenes se remontaban a la predicación de Juan Hus. Los Hermanos Moravos aceptaban gran parte de los principios luteranos, pero no sus soluciones políticas (puesto que el poder político en que hubieran tenido que apoyarse era la catolicísima Casa de Austria), así como tampoco el negro pesimismo acerca de la naturaleza humana.
Cumplidos los estudios superiores en Alemania y habiendo vivido por un cierto tiempo en Holanda, Comenio regresó a su patria donde apenas cuatro años más tarde le sorprendió el estallido de la Guerra de los Treinta Años, cuyos azares hicieron de él un exiliado para toda la vida, por no haberse plegado a abjurar de su fe (de la que fue ministro). Su vida fue una sucesión casi ininterrumpida de catástrofes nacionales e incluso familiares, peregrinaciones, fugas, desastres e incendios en los que a menudo perdió manuscritos y apuntes que representaban decenios de trabajo.
No obstante, su actividad de sabio y escritor fue incesante y le ganó una admiración tan viva y general que, perdida la patria, tuvo por patria a toda la Europa no católica que se lo contendió para que realizara en diversos lugares sus obras como reformador de la educación. Dispersa y casi destruida su secta religiosa, el ministerio de Comenio se volvió universal e imperecedero. “Quien quiera contarse entre los buenos, te honrará, Comenio, y honrará a tus esperanzas y sueños”, escribe Leibniz a los veinticuatro años de edad, como final de un rendido elogio fúnebre pronunciado en 1670, en Amsterdam, último refugio de una agitada existencia que había llevado a Comenio de un extremo al otro de Europa; de Polonia a Inglaterra, de Suecia a Hungría y a Transilvania, a donde se le llamó en 1641, 1645 y 1650, respectivamente, para que estudiase o efectuase reformas escolásticas. Recibió invitaciones análogas también de Francia e incluso de la universidad americana de Harvard.
Comenio escribió una cantidad inmensa de libros y opúsculos y compiló, además, léxicos y enciclopedias que abarcan todas las ramas del saber. Sus obras más importantes son las de carácter pedagógico, destacando en especial la Didáctica Magna, que circuló, primeramente, manuscrita en lengua checa y después en latín, y no se imprimió sino hasta 1657 en Amsterdam como parte de la Opera didactica omnia, y el Pansophiae prodromus (1639), el libro que le valió la invitación a Inglaterra.
Pero su fama estuvo ligada mucho tiempo sobre todo a dos manuales escolásticos para el estudio de las lenguas, la Janua linguarum reserata (1631) y el Orbis sensualium pictus (1650, pero publicado en 1658). La Janua se tradujo a casi todos los idiomas europeos e incluso al árabe y al persa. Contiene una presentación gradual de vocablos y construcciones gramaticales en latín y en una lengua vulgar.
El Orbis es prácticamente el primer texto escolar ilustrado. El criterio de composición es similar al de la Janua, pero los vocablos y las frases que se presentan van acompañados de oportunas ilustraciones. Como el otro, alcanzó un éxito extraordinario, siguió utilizándose hasta el siglo XVIII e inspiró una gran suma de imitaciones y variaciones.
56. COMENIO: EL IDEAL “PANSÓFICO”
El fundamento de la pedagogía comeniana es esencialmente religioso, de una religiosidad fervorosa y abierta que recoge y funde en sí los más fecundos motivos humanístico-renacentistas y la nueva mentalidad baconiana. Como Campanella, admira y aprecia las técnicas y las artes prácticas; sus escritos pedagógicos se caracterizan, entre otras cosas, por una continua presentación de ejemplos y analogías tomados del mundo de la técnica y el trabajo manual. Aún más frecuentes son los símiles tomados del modo de proceder de la naturaleza biológica considerada con igual admiración, pero con ojo más científico que el de los grandes naturalistas italianos.
Comenio parte del concepto del hombre como un microcosmos, especialmente caro al pensamiento humanístico, a ejemplo del cual, aunque en manera más evidente y declarada, concilia la actitud religiosa con la actitud naturalista.
En efecto, por una parte, el microcosmos es “un compendio del universo y comprende todas las cosas que por doquier se ven ampliamente esparcidas por el universo”. De lo cual resulta que el hombre lleva en sí, en potencia, el conocimiento del universo existible, o sea, que es como una lámpara completa de todo a todo que sólo necesita se la encienda para resplandecer.
Pero “después de la caída” (el pecado original) la naturaleza humana requiere un auxilio para desarrollarse en plenitud. Ese auxilio es la gracia divina, pero Comenio considera que la gracia, en cuanto tal, Dios “está siempre dispuesto a infundírnosla liberalísimamente” de modo tal que no su ausencia sino la insuficiente educación es la causa de que tantos hombres se malogren (y con desenvoltura que recuerda a la de los humanistas, Comenio cita aquí a Horacio, a propósito de la potencia de la cultura).
Así pues lo que el hombre necesita es la educación, lo que ciertamente, no significa negar la gracia divina sino más bien afirmar que nos llega a través de la educación, o sea, a través de oportunas experiencias, porque todo conocimiento, afirma Comenio, incluso el de los ángeles, es “experimental”. Comenio tiene pues confianza en la máxima latitud potencial de la gracia divina, lo que en el plano educativo significa que todos necesitan de la educación y que en todos una educación apropiada produce buenos frutos. Para demostrar el primer punto, esto es, que “el hombre sin enseñanza en nada se convierte sino en un bruto”, Comenio cita algunos casos de “niños salvajes” (singular fenómeno que aún en nuestros días estudian los antropólogos y es uno de los principales argumentos a favor de la plasticidad de la naturaleza humana: cf. Introducción, pp. 8-16).
En cuanto a la otra cuestión, que la educación fructifica siempre y en todos, Comenio asume la actitud más radical (en definitiva la única sensata): sólo a los individuos tarados, es decir, a los idiotas y a los perversos podrá no aprovechar la educación, pero aun a ellos puede por lo menos “dulcificarles las costumbres”. En cuanto a los demás, trátese de hombres o mujeres, de lo que se trata es de darles la educación apropiada para que sus aptitudes rindan frutos seguros. Es de señalar que atribuye a las mujeres “una mente ágil y apta para comprender la sabiduría como nosotros (y a menudo más que nosotros)”, que es quizá la afirmación más tajante en pro de la mujer que haya salido jamás de la pluma de un gran pedagogo.
Por consiguiente, educación para todos como una debida concretización de la superabundante gracia divina: para ricos y pobres, para gobernantes y gobernados. Pues en efecto los ricos “sin sabiduría ¿ qué son sino puercos cebados con afrecho?”. Y los pobres, sin educación, “¿qué son sino tristes asnos condenados a llevar la carga?”. A quienes en una u otra forma guían a los demás, la educación les es indispensable “porque es necesario que los guías de los viajeros tengan ojos”, pero también los gobernados los necesitan “para que sepan juiciosamente sujetarse a quienes los gobernarán con sabiduría; pero no por fuerza, haciendo lo que otros, como asnos, sino de buena gana y por amor del orden. Y en verdad las criaturas racionales se deben guiar no a fuerza de gritos, prisiones y garrotazos, sino con medios racionales. Quien no actúa así ultraja a Dios que encarnó en todos su imagen y toda la vida estará dominado, como lo está, por la violencia y el descontento”.
Que el hombre sea “imagen de Dios” significa, agustinianamente, que en él está como proyectada la Trinidad. El espíritu humano es memoria o conciencia (esse), intelecto (nosse) y voluntad (velle). Las finalidades de la educación serán, concomitantemente, devoción, instrucción y virtud y serán inseparables como inseparables son el alma y la Trinidad divina.
La meta de la educación se halla en el más allá: así como la meta del feto es salir a la luz rompiendo la bolsa amniótica, así la del hombre es salir a una más esplendorosa luz, la luz eterna, rompiendo la envoltura del cuerpo. Religión, instrucción y virtud son el nutrimiento necesario en esta “segunda morada” para acceder a la tercera.
A este planteamiento agustiniano se liga el otro motivo, también agustiniano: la educación no debe ser un “ensacar” ni un “comprimir” datos en la memoria, sino el arte de hacer germinar las semillas interiores, que se desarrollan no por incubación sino cuando se estimulan con oportunas experiencias, suficientemente variadas y ricas y sentidas como siempre nuevas, incluso por quien las enseña (Comenio recoge asimismo el argumento de San Agustín de que enseñar es aprender mejor lo que se enseña).
Con estas bases se justifica la célebre máxima de Comenio: “enseñado todo a todos” (que aparece ya en el subtítulo de la Didáctica Magna). No se trata de que todos adquieran “conocimiento de todas las ciencias y todas las artes (y mucho menos un conocimiento exacto y profundo), porque esto de por sí no es útil y por la brevedad de nuestra vida no es posible a ninguno”. “Sin embargo —añade Comenio—, todos deben conocer el fundamento, la razón y la finalidad de todas las cosas principales, naturales y artificiales, pues quien viene al mundo viene no sólo para ser espectador, sino también actor”.
El ideal pansófico de Comenio es a un tiempo formal y realista: quiere promover el desarrollo armonioso del hombre microcosmos familiarizándolo suficientemente con el cosmos, se propone dar orientaciones generales a fin de que “nadie, mientras esté en el mundo, encuentre cosas tan desconocidas que no pueda modestamente expresar un juicio acerca de ellas y utilizadas para un cierto fin sin caer en dañosos errores”.
El ideal pansófico de educación quiere “servir a Dios, al prójimo y a nosotros mismos” y es en el fondo un ideal eudemonístico o de alegría evangélica sin un ápice de rigorismo y tanto menos de ascetismo.
57. COMENIO: NATURALIDAD, GRADUALIDAD, CICLICIDAD
Según Comenio, conocer es cosa naturalmente placentera y a ella aspiran todos en mayor o menor medida; si tenemos la impresión de lo contrario ello se debe a que, por lo común, los mismos profesores inspiran con su impericia disgusto por el estudio. Si se respetara la naturaleza, es decir, la naturaleza del hombre en general y también, en cierta medida, la naturaleza de cada alumno, se obtendrían espléndidos resultados “sin golpes, sin rigor y sin coartación”. Comenio intenta una auténtica tipologia para indicar el comportamiento que el verdadero maestro debe asumir ante discípulos de índole diversa, Es interesante su consejo de mezclarlos y de hacer que los más inteligentes enseñen a los más tardos, o aviven el espíritu de emulación de los bien dotados pero un algo perezosos, etc. Es más, Comenio confía en una oportuna organización de la clase en grupos bien articulados para realizar su ideal didáctico —que tenía un gran valor social—, es decir, “que un sólo maestro baste para instruir al mismo tiempo hasta cien alumnos”.
Sin duda Comenio tiene una excesiva confianza en el valor de la organización y sueña con una escuela-reloj que contrasta con las loas que en otros sitios hace del espíritu de iniciativa. Es el teórico de la lección ex cathedra, sin preguntar hasta qué punto ello es coherente con la enseñanza no libresca o verbalista sino fundada en “demostraciones gráficas” y “experimentos” por que tanto aboga. Pero le justifica el admirable sentido de lo social que le lleva a desear escuelas de masa más bien que de élite, así como su gran fe en un método conforme a la naturaleza, es decir, un método intuitivo basado en la visión directa de los objetos y sus imágenes, o sea, en la autopsia, como él dice. Comenio no es ciertamente el precursor de la escuela activa, donde el niño experimenta por sí mismo inventivamente; pero es sin duda el precursor de la escuela de las “lecciones de cosas”, del “método objetivo”, de los “subsidios didácticos” lo más ingeniosos y perfectos posibles y, quizá también, de los experimentos públicamente verificados por el maestro. ¡Y no es poco!.
Comenio no hace más que aplicar a la educación lo que era o estaba a punto de convertirse en dogma de la fe filosófica: la fundamental importancia del “testimonio de los sentidos”, ante el cual no tiene valor ninguna otra autoridad. “La cognición debe principiar necesariamente de los sentidos (sí es verdad que nada puede ser objeto del intelecto si antes no ha sido objeto de los sentidos)”: máxima aristotélico-medieval, es cierto, pero que de ahí a poco será adoptada por Locke como lema de batalla.
Por otra parte, Comenio, al formular su método natural, fundado en una preeminencia absoluta de la experiencia sensible, aunque no advertía el pasivismo cognoscitivo y didáctico que, a pesar de todo, se instauraba con ello (pasivismo que con todo era inferior al de los sistemas verbalistas y mnemónicos), procuró, sin embargo, evitar otro peligro con el que tropezará en cambio el empirismo inglés: concebir como datos primeros del conocimiento ciertas pretendidas sensaciones elementales inconexas.
Comenio es en cierto modo un precursor del moderno globalismo, es decir, de la teoría según la cual el niño capta el todo antes que las partes, o sea, que en un principio conoce en modo global y sumario, pre-analítico. En el fondo esta teoría es básica para la misma justificación de la pansofia antes aludida, e incluso para los criterios fundamentales de la gradualidad y la ciclicidad. Al niño se le enseña desde el primer momento un poco de todo, si bien en forma apta para su psique; posteriormente se profundizan gradualmente las diversas materias, retornando a ellas en los sucesivos ciclos de estudio (más o menos como se hace hoy día, por ejemplo, en la enseñanza de la historia, de la matemática o de tantas otras materias): “Lo que queremos no es que se enseñen cosas diversas, sino las mismas en diverso modo, o sean todas aquellas que pueden hacer de los hombres verdaderos hombres”.
Para demostrar la validez de su criterio llega a encontrar en la enseñanza de la “escuela del regazo materno” los inicios de no menos de 20 disciplinas diferentes, incluso las más difíciles y abstrusas. Pero todo esto podría sostenerse incluso a la luz de la psicología moderna, aunque con muchas correcciones de detalle; el defecto de Comenio (y de muchísimos de sus sucesores, por lo menos hasta Fröbel, Capponi y Ardigo) consiste en haber confundido lo global, en sentido psicológico, con lo general en sentido lógico o filosófico, de donde el grave peligro de hacer del niño un pequeño metafísico. En efecto: “La llamada metafísica —afirma— empieza justo aquí, porque en la cabeza de los niños las cosas todas entran primero como conceptos generales y confusos; los niños, cuando ven, sienten, gustan, tocan una cosa, se dan cuenta de que es una cosa, pero no juzgan qué cosa es como especie y sólo después, poco a poco, distinguen lo que es. Así pues, empiezan por distinguir los términos generales: cosa, nada, existe, no existe, así, diverso, dónde, cuándo, símil, disímil, etc., que son justamente el fundamento de la ciencia metafísica”.
58. COMENIO: EL PROFETA DE LA MODERNA ESCUELA DEMOCRÁTICA
El principio de la organicidad del saber en todos sus niveles presenta en Comenio un riesgo de caídas intelectualísticas, pero constituye también el fundamento de su moderna y democrática concepción del organismo escolar, a cada uno de cuyos niveles se reconoce igual dignidad. En efecto, aun cuando sea equívoco decir que el niño es un pequeño metafísico, es sin duda de extremada utilidad tener conciencia de que ya los primeros conocimientos adquiridos no son un acervo de nociones e impresiones inconexas sino algo funcional y orgánico que contiene in nuce los gérmenes del desarrollo posterior.
Para reforzar su convicción, Comenio, si bien no prevé instituciones escolares especiales para los niños de menos de seis años, que prefiere sean educados en el seno familiar, habla sin embargo de una “escuela del regazo materno” o escuela materna, atribuyendo a los progenitores una tarea educativa de gran responsabilidad, para facilitar la cual juzga oportuna la publicación de una “guía” o “informador de la escuela materna” (que en efecto escribió) y de un libro con bellas ilustraciones y leyendas en grandes caracteres, que sirva a los niños para sus primeros ejercicios de lectura.
Vienen luego otros tres ciclos de seis años cada uno, que corresponden al nivel primario, secundario y superior. Del séptimo al duodécimo año todos los niños y niñas frecuentarán la escuela en lengua nacional que, por las metas que se fija, los métodos aconsejados, la amplia difusión territorial (una por aldea), presenta la misma fisonomía de nuestras escuelas primarias. Es una escuela al mismo tiempo formativa e informativa; contra la opinión corriente, sostenida también por Alsted, Comenio quiere que asistan a ella también quienes más adelante irán a la escuela en lengua latina y en apoyo de su tesis, aduce argumentos muy modernos, como la imposibilidad de discernir muy precozmente las aptitudes, la inoportunidad de “ofrecer a unos cuantos la ocasión de creerse más que los otros”, las ventajas de mezclar niños de diversa índole y capacidad, “a fin de que se estimulen, se inciten y se refinen unos a otros” y la fundamental importancia que para todos tiene conocer bien el propio vulgar.
El supuesto obvio de este planteamiento es que se debe enviar a la escuda en latín a los más capaces y meritorios. También esta escuela es pansófica y no sólo literario-lingüística. Al igual que Vittorino, Comenio da gran importancia a la matemática y presta a las ciencias naturales una atención mayor incluso que la del feltrés. De conformidad con el principio de la ciclicidad, en el nivel secundario se enseña de nuevo todo lo que en la escuela materna y primaria se había tratado en manera “más bien general y elemental”, sólo que ahora la enseñanza deberá ser “más bien particular y distinta en el modo”, Cada uno de los años del curso tienen una materia fundamental que funciona como un centro respecto al conjunto de la enseñanza, casi como un centro de interés. El orden es el siguiente:
- Gramática;
- Ciencias físicas y naturales;
- Matemática;
- Ética;
- Dialéctica;
- Retórica.
Al mismo tiempo, año con año, se trata la historia de la ciencia que se ha estudiado o se abordan argumentas conexos; de esta forma, en el segundo año se estudia historia de las ciencias, en el tercero de las invenciones (¡cuánto se avivaría hoy con esto el estudio de la matemática!), en el cuarto historia de la moral, en el quinto historia de los ritos de los diversos pueblos, esto es, historia de las religiones, y en el sexto historia ético-política con especial referencia a la propia nación. Estas dos últimas materias funcionan casi como un correctivo contra los peligros de las materias principales, o sea, contra el intelectualismo de la dialéctica y el formalismo de la retórica desconectada de motivaciones morales y políticas. Sólo en el primer año la historia sagrada no tiene conexión con la materia fundamental, pero sin duda alguna daría pretexto para fáciles ejercitaciones gramaticales.
El horario escolar debe ser de cuatro horas diarias, tanto en el nivel primario como en el secundario; Comenio quiere que se siga siempre un orden preciso, adaptado exactamente a la capacidad media de los alumnos de cada clase, pero recurre con exceso a alternaciones de ejercicios de lectura, repeticiones, copias, imitaciones, que hoy nos parecen a nosotros demasiado mecánicos.
Para los estudiantes destinados a la Academia o universidad, Comenio prevé un auténtico servicio de selección y orientación que funcionaría en los últimos meses de la escuela secundaria. A propósito de los métodos universitarios, se limita a insistir en lo que hoy denominaríamos trabajo de seminario en conexión con cada curso.
Consciente de la importancia del progreso científico querría también que se instituyese en todos los países una asociación didáctica, es decir, un instituto superior de alta cultura donde los doctos colaboren “para descubrir más y más los fundamentos de las ciencias”, dado que el saber no puede progresar sino a través de una obra colectiva: “Esta asociación universal sería para las otras escuelas lo que el estómago para los miembros, es decir, un taller vital que daría en abundancia jugos, vida y fuerza a todos”.
Como se habrá advertido, Comenio, no obstante la amplitud y modernidad de su visión sobre la escuela y la cultura, no toma en consideración ni el valor educativo del trabajo manual, ni la oportunidad de una educación profesional para los trabajadores y artesanos. Sin embargo, sería absurdo reprochárselo recordando que, por ejemplo, poco tiempo después Locke hablará del valor educativo del trabajo manual y que algunas órdenes religiosas fundarán o han fundado ya escuelas profesionales. Comenio se dirige esencialmente a una sociedad laboriosa, donde todos los componentes de una familia o un vecindario tienen amplias ocasiones de aprendizaje (al parecer, él mismo se adiestró de niño en un oficio antes de que le fuera posible recomenzar los estudios); por tanto no se le planteaba siquiera el problema que podía preocupar a Locke en relación con su pequeño “gentleman”. En cuanto a la instrucción profesional, rechaza deliberadamente toda anticipación (no obstante desear que se posean conocimientos generales sobre las “artes mecánicas”), a fin de no perjudicar el escogimiento que deberá hacerse cumplidos los doce años y a la plena luz de la razón.
Por consiguiente, no es en estas lagunas, sino en los peligros de la “escuela-reloj” donde deben verse los límites de Comenio, quien, como quiera que sea, sigue siendo el primer y principal teórico de la moderna escuela pública y democrática. .
59. EL JANSENISMO Y LAS “PETITES ÉCOLES”
La pansofía comeniana quería ser no un contenido, sino un método para cultivar lo verdaderamente humano en el hombre. Análoga ambición anima en Francia a los jansenistas en su obra educativa.
Los jansenistas parten de un agustinismo mucho más pesimista que el de Comenio. Había sido formulado por el obispo flamenco Cornelio Jansenio (1585-1638) en su Augustinus, aparecido póstumamente. En Francia lo dio a conocer el abate de Saint-Cyrian (Juan du Vergier de Hauranne) quien organizó en la abadía de Port-Royal, cerca de Versalles, un centro de retiro y meditación para los seguidores de las nuevas ideas. El meollo de éstas consistía en considerar pecaminosa toda idea de mérito. El hombre debe escrutar con ojo implacable en su interior para aniquilar todo impulso de soberbia 1 confiar únicamente en la gracia divina. Por consiguiente, el hombre debe saber reflexionar sobre todo, particularmente sobre él mismo, con máximo rigor y claridad, para que pueda librarse de la maraña de sentimientos inferiores con que se expresa nuestra pecaminosa natura.
Era natural que semejante actitud acercase a los jansenistas al racionalismo de Descartes, que era igualmente enemigo de las pasiones. Además, como Descartes, los jansenistas reaccionaban ante la educación de tipo escolástico y jesuítico y consideraban la posición tomista como ambigua, la lógica escolástica como ofuscante, y el laxismo jesuita y las tendencias a valorizar la ambición como factores irreligiosos y corruptores.
Resultó de dio una fusión entre racionalismo estricto e intimismo religioso —del que veremos en el pensamiento de Paseal los frutos teóricos más interesantes—, que encerraba grandes potencialidades pedagógicas. En efecto, los jansenistas, habiendo fundado un segundo convento en París (que denominaron también Port-Royal), abrieron algunas petites écoles (pequeñas escuelas) que tuvieron vida muy breve (1643-1660) a causa de la hostilidad de los jesuitas quienes obtuvieron de Luis XIV su clausura. Sin embargo, las petites écoles dejaron una huella indeleble en la cultura francesa.
La educación jansenista es una persistente e inteligente invitación a la autonomía moral y religiosa del discípulo cuya racionalidad se ejercita al máximo a fin de que reconozca la irremediable debilidad de su propia naturaleza, debilidad que sólo puede sanar la gracia divina. El maestro es un guía y un amigo que no esconde su propia debilidad y no ejerce otra autoridad que la de la razón. No hay premios y los castigos son muy limitados.
Antonio Arnauld y Pedro Nicole escribieron para esas escuelas algunos manuales como La logique, ou l’Art de penser, conocida como “Lógica de Port-Royal”, netamente cartesiana. Pero según los puertorrealistas, no sólo la lógica, sino todo lo que se enseña sirve esencialmente para estimular la racionalidad, pues “una mente recta vale más que todos los conocimientos especulativos”. El mismo Pascal se preocupará de que incluso el alfabeto se enseñe lo más racionalmente posible (con método “fónico” como se dirá más tarde, y no “alfabético”, esto es, indicando las consonantes con su sonido y no con su nombre).
Los jansenistas revalorizaron, en cuanto ejercicio de racionalidad, también el estudio de la gramática y fueron los primeros en formular una tesis que posteriormente habría de tener una fortuna tan grande como inmerecida: que el aprendizaje del latín sirve esencialmente para formar la inteligencia (al flanco de la matemática y la lógica). Sin embargo, dieron la preeminencia a la lengua materna, que es el instrumento más dúctil, ágil y preciso para indagar en las profundidades de nuestro ánimo.
Mínimo citabas el libro al final de la lectura, esto es copia y pega, que sin bibliografía se considera plagio.
ResponderEliminar