LA FORMULACIÓN DE OBJETIVOS EDUCATIVOS.
Toda educación tiene claramente unos fines pues pretende formar un tipo de hombre determinado (o quizá varios tipos de hombre). Pero muy frecuentemente esos objetivos no son explícitos, y los propios agentes formadores no son conscientes de la tarea que están realizando; saben lo que tienen que hacer para obtener los resultados que la sociedad espera, pero no saben el sentido de lo que hacen. Hay muchos procesos sociales de refuerzo y rechazo para que hagan el trabajo justo. Y los agentes los ejecutan sin conciencia plena de ello.
Esto hace que sea difícil oponerse a los fines implícitos de la educación. Para cambiar la enseñanza, para mejorarla y para alcanzar otros fines es conveniente hacerlos explícitos, de esa manera se puede estar de acuerdo con ellos o combatirlos. Si están ocultos se dan por sentado y no hay manera de oponerse.
¿QUÉ FINES BUSCAMOS?
Si hoy nos planteamos qué fines debe cumplir la educación, porque estamos insatisfechos de cómo funciona, de los resultados que se obtienen, es necesario plantearse ¿qué tipo de sociedad queremos? ¿qué tipo de hombre deseamos? Éstas son las preguntas fundamenta¬les. ¿Cómo puede pretenderse que se combata el fracaso escolar, el abandono de la escuela, su bajo rendimiento en aprendizaje. o en autonomía para la vida social, si no sabemos exactamente qué es lo que pretendemos? Hemos estado defendiendo que los resultados actuales de la escuela son los que implícitamente pretende. Lo que sucede es que explícitamente se dicen otras cosas y por eso parece que hay un desajuste. Si queremos que la escuela forme individuos con capacidad de pensar por sí mismos, de encontrar un sentido al mundo en que viven y a su propia vida, individuos que se desarrollen al máximo en sus capacidades, que cooperen con los otros, tenemos que adecuar la escuela a esos fines, para lo que se necesita un cambio radical.
Una reflexión sobre los fines de la educación es una reflexión sobre el destino del hombre, sobre el puesto que ocupa en la naturaleza, sobre las relaciones entre los seres humanos. Para cam¬biar la escuela es necesario promover una discusión sobre todo esto. Pero sucede que no se discute. La planificación de la educación, el establecimiento de nuevos programas se convierte en un problema técnico, que debe quedar reducido a los especialistas. Esto es lo que pretendía la pedagogía por objetivos que tanto auge ha tenido hace pocos años.
Muchas veces se ha señalado que la educación debía adecuarse a la naturaleza humana, pero esa idea de la naturaleza humana ha servido durante siglos para justificar las mayores injusticias sociales, la opresión de unos por otros, o la «explotación del hombre por el hombre». En un movimiento pendular se ha pretendido que no exis¬tía tal naturaleza humana, y que el hombre era un ser determinado socialmente. La moderna biología y etología comparada nos han proporcionado elementos para que veamos lo que tenemos en común con otras especies animales y lo que nos separa de ellas. Y lo que nos une es mucho. Nuestras necesidades básicas son muy próximas a las de otros animales: conservar al individuo y mantener la especie, y tenemos mecanismos innatos que nos llevan general¬mente a tratar de satisfacer esas necesidades. Lo que sucede es que la cultura permite satisfacer esas necesidades de formas muy distintas, mucho más variadas que las de los animales. Pero las grandes instituciones sociales están encaminadas; a satisfacerlas, a veces incluso de formas aberrantes. Es el impulso para la satisfacción de esas necesidades lo que proporciona la energía para la acción, mientras que es la inteligencia humana, determinada socialmente, la que nos da los elementos para hacerla.
Por esto el desarrollo de la inteligencia es tarea fundamental de la escuela, pues es la gran arma del hombre, la que le ha permitido dominar la naturaleza. La energía para la acción, la afectividad, está ahí, dada, pero las formas de desarrollar la acción dependen de los hombres, de la educación. El pensar es esencial para todo, es lo que permite la organización de la vida. Se ha acusado a la escuela de ser excesivamente intelectualista, pero esto sólo es cierto de forma superficial. La escuela utiliza los conocimientos para inculcar valo¬res, no para dar instrumentos para dirigir la acción y entender el mundo.
Los objetivos de la educación se pueden presentar de muchas maneras, con distintos tipos de organización, y en todo caso debe tenerse presente que responden a distintas maneras de entender cómo debe ser la sociedad. En todo caso me parece que pueden considerarse tres fuentes de actividades escolares: lo que el sujeto quiere aprender y hacer, lo que puede, lo que debe. Las dos primeras están más orientadas hacia el individuo, mientras que la última lo está hacia la sociedad. Pero la interacción es estrecha pues la natu¬raleza del hombre está mediada por la sociedad.
Lo que al sujeto le interesa aprender y hacer. En cada edad y en cada momento vital el sujeto se interesa primordialmente por determina¬das cosas. Naturalmente muchos temas son sugeridos por el ambien¬te pero también hay constantes en el desarrollo, y los niños de determinadas edades juegan universalmente a unas cosas, o se relacionan universalmente con los otros de determinadas maneras, mientras dura el desarrollo. Entre los temas que el ambiente le propone el sujeto selecciona unos con preferencia a otros. Hacia los 7-8 años será fácil interesarle por los animales y su vida, pero difícil que se ocupe de la economía o la organización del poder. Los intereses espontáneos del sujeto deben ser tenidos en cuenta en la escuela y son un punto de partida esencial para el aprendizaje.
Lo que puede aprender y hacer. Su desarrollo actual hace que pueda aprender ciertas cosas y otras no, de acuerdo con su desarrollo anterior. Generalmente, lo que le interesa está muy relacionado con lo que puede. Lo que no tiene sentido es obligarle a hacer cosas o a aprender lo que no está a su alcance en ese momento. Eso es lo que genera las «ideas inertes» de que hablaba Whitehead.
Lo que debe aprender y hacer. Para insertarse en la sociedad y llegar a ser un adulto autónomo y responsable, el niño tiene que adquirir una serie de conocimientos, habilidades y estrategias que le van a resultar imprescindibles. Esos conocimientos están determinados por la cultura y las demandas sociales.
En una sociedad en la que los vínculos sociales entre los seres humanos son mucho más estrechos que en la sociedad actual, como sucedía en las pequeñas comunidades relativamente aisladas que han existido durante siglos, y también donde la iniciativa del individuo es muy pequeña, por el peso de las normas y la tradición, posible¬mente sea mucho menos necesario insistir en las cualidades de autonomía y responsabilidad. Pero en nuestra sociedad, en movi¬miento constante y notablemente individualista, es importante desa¬rrollar esas capacidades, que son favorables al progreso.
LOS OBJETIVOS GENERALES.
Como puede comprenderse fácilmente, es extremadamente difícil y arriesgado enunciar cuáles deben ser los objetivos de la educación, y hacerla convenientemente debería ser el resultado de un amplio debate en el que participaran numerosos agentes sociales. Por ello no me siento capacitado para hacerla. Sin embargo, sí que haré algunas observaciones, que sin duda serán muy criticables.
Creo que la escuela debe contribuir al desarrollo psicológico y social del individuo para facilitarle que se convierta en un adulto integrado en la sociedad y capaz de aportar su contribución a la actividad colectiva. Puede propiciar el desarrollo de su inteligencia, de su capacidad cognitiva, para que pueda interpretar la realidad natural y social, dirija su propia acción y sea capaz de resolver problemas. Igualmente debe servir para impulsar su capacidad de comunicación con los otros, por los distintos vehículos disponibles (lenguaje, comunicación no verbal, interpretación de los estados de los otros, etcétera), para interaccionar con ellos, para cooperar y para competir positivamente.
Como hemos mencionado en el cap. 7, el hombre sigue un camino en su desarrollo que está muy determinado por el medio social, aunque tiene sus leyes propias. La escuela puede mantenerse al margen de ese desarrollo, oponerse parcialmente a él proponiendo actividades inadecuadas o servir para impulsar y facilitar ese desarrollo. Me parece que esta última es la opción más deseable.
Debe también al mismo tiempo adquirir los elementos esenciales de la cultura humana, lo cual supone familiarizarse con la ciencia natural y social y con la historia de la especie humana. Igualmente con las producciones artísticas y las distintas formas de creación. Ha de iniciarse también en los elementos de la tecnología y el trabajo como formas de actuación y transformación de la realidad. La ciencia es una forma de racionalidad muy ligada a la inteligencia humana y al desarrollo social de las colectividades humanas y es un instrumento muy valioso para entender el mundo. Pero todo esto hay que plantearlo desde la óptica de su producción, no como productos acabados. En la escuela hay que potenciar la capacidad de construc¬ción y de creación del niño, para que se convierta en un elemento social activo y no sólo en un puro consumidor y un ser dependiente, siempre sometido a las decisiones de otros, como actualmente se promueve en la escuela.
La relación entre ambos tipos de cosas, entre el desarrollo y la adquisición de la cultura, es muy estrecha, pues el desarrollo completo, llegar a la etapa del pensamiento formal, sólo parece posible, o al menos se ve muy favorecido, por el hábito del pensamiento riguroso que exige la ciencia. Pero se debe promover que ese pensamiento se aplique no sólo a una parcela reducida de la actividad propia, sino a todas las cuestiones de la vida. Por otra parte, y complementariamente, el conocimiento de la ciencia y la cultura sólo es posible si se dispone de los instrumentos intelectuales adecuados, que constituyen una parte del desarrollo.
Hoy no debe asustarnos la idea, que aterrorizaba a algunos, como veíamos en el cap. 4, de que los individuos adquieran com¬petencias que desbordan el marco de su actividad. Vivimos en un mundo que cambia rápidamente, y tratamos de defender una so¬ciedad abierta, que dé oportunidades semejantes y en la que los ciudadanos tengan un papel activo. Por ello, si la movilidad social no se ve como un peligro, sino como algo deseable, los individuos deben tener capacidad para tomar iniciativas y comprender y trans-formar su mundo. No hay ningún inconveniente en que un campesi¬no, un obrero, un profesional o un empleado dispongan de instru¬mentos para entender la realidad. Si ello les lleva a querer cambiar su lugar social, bienvenido sea, no debe haber ningún obstáculo. Por otra parte, una auténtica democracia sólo se puede alcanzar cuando la mayoría de los individuos participan activamente en las decisiones políticas, en las opciones sobre la marcha de la sociedad. La actividad política debe dejar de ser patrimonio de unos pocos, y estar abierta a todos. Mientras se mantenga una división entre dirigentes y ejecutantes no existirá una auténtica democracia. Desgraciadamente todo esto está lejos pero debemos dar los pasos para dirigimos en esa dirección.
Así pues, me parece que en esta línea deben orientarse los objetivos finales de la educación y estas preocupaciones deben impregnar su sentido.
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